Por: Wellington Arnaud
Con la elección de Luis Rodolfo Abinader Corona en 2020, la República Dominicana entró en una nueva etapa política, en la que, por primera vez, un presidente nacido después del fin de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo asumió el poder. Esta transición representa un cambio en la política dominicana, alejada del caudillismo tradicional que durante décadas se mantuvo presente bajo la premisa de que el poder debe usarse y no compartirse.
En una conversación reciente con un amigo periodista, reflexionamos sobre los ciclos históricos que parecen repetirse en nuestro país. Su conclusión fue clara: la historia tiende a repetirse. No obstante, el liderazgo de Abinader ha demostrado ser diferente. Desde su decisión de participar en el debate presidencial, a pesar de tener una ventaja significativa, hasta su anuncio de no buscar la reelección, han marcado una clara ruptura con las prácticas del pasado.
Además, la reforma constitucional que Abinader ha presentado ante el Congreso tiene el objetivo de impedir que un presidente pueda optar por una tercera reelección, poniendo fin a la tradición del continuismo que tanto ha afectado a la democracia dominicana. Esta propuesta, que avanza en el Senado, refleja un liderazgo comprometido con el fortalecimiento de las instituciones democráticas, en un momento en que estas están bajo presión en todo el mundo, como lo muestran estudios como el Latinobarómetro y la Encuesta Mundial de Valores.
El gobierno de Abinader también ha logrado resultados tangibles en la economía. Bajo su gestión, la inversión extranjera ha crecido significativamente y se espera que este año alcance los 4.500 millones de dólares. Con una visión enfocada en el crecimiento económico sostenible y un enfoque en la transparencia y la gestión eficaz, Abinader se diferencia de otros líderes al priorizar el bienestar del país por encima de la permanencia en el poder. Este es el tipo de liderazgo que asegura el futuro democrático de la República Dominicana.